El pasado mes de julio, Animal Político publicó de manera
conjunta con la ONG Round Earth Media una investigación sobre la
pesadilla que viven menores migrantes a su paso por México. Ahora, en
una serie de cuatro posts (esta es la tercera parte de cuatro)
contaremos en primera persona -mochila y cámara de fotos al hombro- las
anécdotas y experiencias que dejó el recorrido por una de las zonas más
complejas y también peligrosas del Planeta: la frontera sur entre México
y Guatemala.
Sentados en el borde de una banqueta, un grupo de hombres jóvenes que esperan su turno para poder entrar al albergue la observa. Algunos ríen y otros le lanzan piropos. Pero nadie saca dinero del bolsillo. Así que la adolescente pasa de largo, ahora con cierto desdén, y continúa con la pasarela hasta el final de la calle.
Ante la escena, le pregunto al voluntario si es común que en los alrededores del albergue haya prostitución a plena luz del día. El tipo encoge los hombros. Adentro del refugio hay un reglamento interno que todos deben cumplir, me explica muy serenamente. Pero más allá de la puerta del inmueble… ya cada quien hace lo suyo.
La muchacha sigue caminando sobre los tacones en mitad de la calle semiasfaltada.
“Qué triste –masculla el voluntario entre dientes, apoyado sobre una pared al amparo de la generosa sombra que ofrece un árbol-. Con lo joven y bonita que es la muchacha…”.
A lo lejos, la joven se detiene en una esquina.
Un taxista pasa por su lado y aminora la velocidad del coche. Baja la ventanilla del copiloto y le dice algo.
Ella sólo sonríe.
Esa tarde la casa está repleta de niños. Ninguno pasa de los siete años, y al menos tres de ellos vienen con una mujer hondureña que huyó de su país para buscar un refugio en México. Ajenos a todo, los menores juegan con un guajolote en el patio de la casa, mientras el Hermano Ramón Verdugo explica ante nuestra cámara por qué, incluso en el parque central de Tapachula, es común ver a menores trabajando en todo tipo de empleos, o incluso ejerciendo la prostitución.
“Tapachula es la primera ciudad grande después de la frontera, y a unos escasos 20 kilómetros está la primera garita migratoria. Entonces, cuando los chicos llegan a la ciudad ya vienen con el temor de seguir avanzando, porque como leyenda urbana todos saben qué pasa más arriba. Es decir, saben que hay robos, secuestros, extorsiones, y tienen miedo de continuar. Por eso, conforme van llegando estos chicos, va aumentando el número de menores en las calles. Y de tener, regularmente, en el parque central a ocho o nueve jóvenes prostituyéndose, de pronto vemos que el número crece a 20, 30 o incluso 40 jóvenes”, explica Verdugo, que además no tiene reparo en apuntar directamente a las autoridades como cómplices de esa explotación.
“Es decir –agrega Verdugo-, las autoridades argumentan que, simplemente por el hecho de estar en las calles, están causando un desorden público, y así se fabrican un delito para poder detener a estos jóvenes y quitarles lo que traigan encima. Y es de esta manera que se ejerce esta explotación: las autoridades saben que los menores se prostituyen, se lo permiten, los detienen por cualquier otra causa, les quitan el dinero, los dejan libres, y vuelve una vez más a ponerse en marcha el círculo”.
De vez en cuando, uno de los niños migrantes, un hondureño que parece el mayor de todos, se acerca curioso al lugar de la entrevista. Me toca la espalda y en voz baja, para no interrumpir la plática, me pide insistentemente que le preste la cámara de fotos. A la tercera o cuarta vez, accedo. Se la pongo con cuidado entre sus pequeñas manos y él la agarra con fuerza con la promesa de cuidarla bien. De inmediato, comienza a lanzar miles de fotografías mientras el resto de niños sigue jugando a lanzarse el guajolote.
-¿Estamos en un momento de crisis con los niños migrantes? -le cuestiona a Ramón Verdugo mi compañera reportera de Estados Unidos, Jennifer Collins-.
El religioso apoya la espalda en la silla de plástico. Se acaricia la barba de candado y tras meditarlo unos segundos, contesta:
-Desde el momento en que hay tres o cuatro niños migrantes en las calles, y éstos son vulnerados por las mismas autoridades, sí hay una crisis.
-¿Cuántos menores se calcula que hay en las calles de Tapachula?
-Por esta ciudad pasan tanto niños y tantas mujeres que es imposible citar cifras exactas. Según un funcionario de la misma secretaría que los extorsiona, hay 500 vendedores de dulces en las calles. De ahí en adelante todo es fantasía. Por ejemplo, Save the Children dijo en 2012 que hasta 20 mil niños vivían algún tipo de explotación en Chiapas, y hasta conservadora me parece esa cifra, porque este es un estado que no valora la niñez. Por algo Tapachula está considerado como el burdel más grande de México. Aquí, por cada escuela hay dos bares, y cerca de tres mil trabajadoras sexuales.
-¿Qué podría hacer México con todos esos niños migrantes que pasan por aquí como primer paso para llegar a EU? –mi compañera lanza la última pregunta-.
-En una palabra: seguridad. Sería muy difícil que México construyera una gran cantidad de albergues para alojar a todos esos menores, pero sí podemos exigir que los niños migrantes no sean vulnerados, que no sean atacados, y que por el contrario sean respetados y apoyados humanamente.
De regreso a nuestro hotel caminamos por entre las calles aledañas al centro histórico. Todo está en calma. Sólo el sonido de unos tacones golpeando la banqueta sale a nuestro encuentro.
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“Mira, esa muchacha no debe tener más de dieciséis años”, me dice meneando la cabeza y exhalando un suspiro de cansancio uno de los voluntarios que trabaja en un albergue de migrantes en la ciudad de Tapachula, en el estado de Chiapas. Debe ser hondureña, agrega el voluntario, y lleva varios días merodeando por la puerta de este refugio ubicado cerca de un río.
Con cada paso arriba de unos zapatos de tacón imposible, la joven
sonríe, coqueta. Apenas usa maquillaje en su rostro aniñado. Lleva el
pelo azabache recogido en un moño que le acentúa la mirada algo rasgada
de ojos negros, y viste una falda corta que le deja al desnudo unas
largas pantorrillas y buena parte de los muslos.Sentados en el borde de una banqueta, un grupo de hombres jóvenes que esperan su turno para poder entrar al albergue la observa. Algunos ríen y otros le lanzan piropos. Pero nadie saca dinero del bolsillo. Así que la adolescente pasa de largo, ahora con cierto desdén, y continúa con la pasarela hasta el final de la calle.
Ante la escena, le pregunto al voluntario si es común que en los alrededores del albergue haya prostitución a plena luz del día. El tipo encoge los hombros. Adentro del refugio hay un reglamento interno que todos deben cumplir, me explica muy serenamente. Pero más allá de la puerta del inmueble… ya cada quien hace lo suyo.
La muchacha sigue caminando sobre los tacones en mitad de la calle semiasfaltada.
“Qué triste –masculla el voluntario entre dientes, apoyado sobre una pared al amparo de la generosa sombra que ofrece un árbol-. Con lo joven y bonita que es la muchacha…”.
A lo lejos, la joven se detiene en una esquina.
Un taxista pasa por su lado y aminora la velocidad del coche. Baja la ventanilla del copiloto y le dice algo.
Ella sólo sonríe.
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Ya hemos pasado el ecuador de nuestra estancia en la frontera sur para el reportaje de menores migrantes. Atrás quedó Arriaga, el punto de partida de ‘La Bestia’ hacia la frontera con Estados Unidos, así como Tonalá, municipio chiapaneco al que fuimos para documentar denuncias de vecinos y organizaciones de la sociedad civil sobre prácticas de corrupción en los innumerables retenes policiales y de migración que, con ayuda multimillonaria del Plan Mérida de Estados Unidos, minan la zona en busca de criminales y narcóticos.
Llegamos a Tapachula una sofocante tarde de lluvia, previo paso por
Huixtla, donde tomamos imágenes de la súper aduana que el gobierno de
México abrió recientemente, y donde comerciantes de Tonalá denuncian que
han sufrido robos y extorsiones para poder pasar su mercancía.
En esta ciudad, ubicada a tan solo unos kilómetros de Guatemala, hay
varios albergues de migrantes. Uno de ellos, aunque más bien se trata de
una pequeña casa refugio, es el albergue ‘Todo por ellos’, que dirige el Hermano Ramón Verdugo.Esa tarde la casa está repleta de niños. Ninguno pasa de los siete años, y al menos tres de ellos vienen con una mujer hondureña que huyó de su país para buscar un refugio en México. Ajenos a todo, los menores juegan con un guajolote en el patio de la casa, mientras el Hermano Ramón Verdugo explica ante nuestra cámara por qué, incluso en el parque central de Tapachula, es común ver a menores trabajando en todo tipo de empleos, o incluso ejerciendo la prostitución.
“Tapachula es la primera ciudad grande después de la frontera, y a unos escasos 20 kilómetros está la primera garita migratoria. Entonces, cuando los chicos llegan a la ciudad ya vienen con el temor de seguir avanzando, porque como leyenda urbana todos saben qué pasa más arriba. Es decir, saben que hay robos, secuestros, extorsiones, y tienen miedo de continuar. Por eso, conforme van llegando estos chicos, va aumentando el número de menores en las calles. Y de tener, regularmente, en el parque central a ocho o nueve jóvenes prostituyéndose, de pronto vemos que el número crece a 20, 30 o incluso 40 jóvenes”, explica Verdugo, que además no tiene reparo en apuntar directamente a las autoridades como cómplices de esa explotación.
“Tapachula está considerado como el burdel más grande de México. Aquí, por cada escuela hay dos bares, y cerca de tres mil trabajadoras sexuales”“Debido al estigma que hay sobre todo contra los jóvenes hondureños por la violencia de las pandillas, les es muy difícil a estos muchachos encontrar un empleo. Por eso permanecen en las calles, y por necesidad se encuentra con esta oferta sexual que algunas personas les hacen, y por ello ejercen la prostitución –plantea el religioso-. Y las autoridades se aprovechan de ellos en el momento en que empiezan a perseguirlos, pero no por ejercer la prostitución, sino para extorsionarlos”.
“Es decir –agrega Verdugo-, las autoridades argumentan que, simplemente por el hecho de estar en las calles, están causando un desorden público, y así se fabrican un delito para poder detener a estos jóvenes y quitarles lo que traigan encima. Y es de esta manera que se ejerce esta explotación: las autoridades saben que los menores se prostituyen, se lo permiten, los detienen por cualquier otra causa, les quitan el dinero, los dejan libres, y vuelve una vez más a ponerse en marcha el círculo”.
De vez en cuando, uno de los niños migrantes, un hondureño que parece el mayor de todos, se acerca curioso al lugar de la entrevista. Me toca la espalda y en voz baja, para no interrumpir la plática, me pide insistentemente que le preste la cámara de fotos. A la tercera o cuarta vez, accedo. Se la pongo con cuidado entre sus pequeñas manos y él la agarra con fuerza con la promesa de cuidarla bien. De inmediato, comienza a lanzar miles de fotografías mientras el resto de niños sigue jugando a lanzarse el guajolote.

Esta
ilustración, que fue la portada del primer reportaje del especial sobre
menores migrantes, se elaboró a partir de una fotografía de los menores
alojados en el albergue Todo por ellos.

La
ilustración que fue portada del segundo reportaje del especial también
fue elaborada a partir de una fotografía a uno de los niños migrantes
que estaba en el albergue ‘Todo por ellos’.
El religioso apoya la espalda en la silla de plástico. Se acaricia la barba de candado y tras meditarlo unos segundos, contesta:
-Desde el momento en que hay tres o cuatro niños migrantes en las calles, y éstos son vulnerados por las mismas autoridades, sí hay una crisis.
-¿Cuántos menores se calcula que hay en las calles de Tapachula?
-Por esta ciudad pasan tanto niños y tantas mujeres que es imposible citar cifras exactas. Según un funcionario de la misma secretaría que los extorsiona, hay 500 vendedores de dulces en las calles. De ahí en adelante todo es fantasía. Por ejemplo, Save the Children dijo en 2012 que hasta 20 mil niños vivían algún tipo de explotación en Chiapas, y hasta conservadora me parece esa cifra, porque este es un estado que no valora la niñez. Por algo Tapachula está considerado como el burdel más grande de México. Aquí, por cada escuela hay dos bares, y cerca de tres mil trabajadoras sexuales.
-¿Qué podría hacer México con todos esos niños migrantes que pasan por aquí como primer paso para llegar a EU? –mi compañera lanza la última pregunta-.
-En una palabra: seguridad. Sería muy difícil que México construyera una gran cantidad de albergues para alojar a todos esos menores, pero sí podemos exigir que los niños migrantes no sean vulnerados, que no sean atacados, y que por el contrario sean respetados y apoyados humanamente.
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El reloj marca algo más de las nueve y poco a poco la ciudad va
bajando el ritmo de las pulsaciones. Los comercios cierran sus puertas y
el parque central Miguel Hidalgo, el principal atractivo turístico de
esta localidad en el que el Ayuntamiento ha colocado una pantalla
gigante para ver los partidos del Mundial de Brasil, empieza a
despoblarse.De regreso a nuestro hotel caminamos por entre las calles aledañas al centro histórico. Todo está en calma. Sólo el sonido de unos tacones golpeando la banqueta sale a nuestro encuentro.
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